Pa' habernos matao
—Regi, cariño, este año vamos a ser la envidia de todo el
vecindario. —Estas fueron las palabras que iniciaron el viaje más divertido de
mi vida.
Yo soy Borja, tengo 15 años, un chico tímido y de naturaleza
poco curiosa, como dicen mis amigos, un poco alelado, porque mientras ellos
tratan de ligarse a la vecina del 3º, a mi me sigue interesando el cromo 13 de
la colección de los vengadores.
Mi padre, Antonio, bonachón, trabajador y basto como una
mula, propietario de una pequeña tienda de electrodomésticos, aunque mi madre
lo llama una gran cadena en auge de crecimiento nacional e internacional,
porque dice que hay que tener más amplias miras.
Y por último está mi madre, Regi, pronunciado con acento
francés, con y, para evitar que se le relacione con su verdadero nombre,
Remigia, y que puedan averiguar que realmente proviene de una pedanía de
Calatayud, porque no debe ser bueno ser de allí.
Hasta ese día nunca habíamos tenido unas vacaciones en
familia como dios manda, en la playa, eso traía a mi madre de cabeza. Yo iba al
pueblo, donde me pasaba el verano en modo salvaje con los primos, entre ríos,
persecuciones de grillos, y carreras por los parajes áridos del pueblo. Mi
madre me sentenciaba a la vuelta, para que dijese que había estado en un
campamento en cualquier lugar del mundo, en contacto directo con la naturaleza,
viviendo las experiencias más exclusivas, y por supuesto, perfeccionando mis
idiomas, que para este año ya llevo como 4 lenguas habladas casi con total
naturalidad.
Esa era nuestra vida, una apariencia, un continuo fingir,
una vida que mi padre no necesitaba, y que mi madre anhelaba, una vida por la
que mi padre trabajaba casi día y noche, una vida prestada que todos
interpretábamos a la perfección bajo la batuta de mi madre. Pero este año, por
fin, ¡viajaríamos a la playa!
Mi padre había contratado en una agencia el alquiler de un
apartamento en Cartagena, donde pasar una semana, que acabaríamos achacando
durante meses, estirando los platos de croquetas y arroz. Pero al fin este año,
podríamos presumir.
Hasta mi madre se había abierto una cuenta en Instagram,
para lucir palmito y moreno en la arena. Había añadido a todas sus amigas de la
urbanización, para que comentasen sus modelitos, esos que pensaba utilizar solo
para las fotos y devolver diez días después en el Corte Inglés con cualquier
excusa.
De esta guisa nos encontrábamos, hamacas, flotadores, nevera
para las birras y por supuesto, crema factor 60 y bronceador para que nuestra
piel traslucida por los años de oscuridad, no se abrasara con los primeros
rayos de sol y mar. Despidiéndonos con una sonrisa del portero de la finca,
entre risas sarcásticas sobre si a la vuelta no nos abriría la barrera pensando
que éramos negros.
—Vaya Madrugón mamá, tengo sueño.
—Tenemos que aprovechar cada minuto de los rayos de sol de
la playa, además he oído que hay que ir muy temprano para coger primera línea,
y ya saliendo a estas horas lo mismo no tenemos ni sitio en la arena. Y este
chisme no tiene aire, y ya sabes el calor que hace a las 11 de la mañana.
—Lo de que no tenga aire es tu culpa. —bufó mi padre, que aún
no había superado el trauma que supuso renunciar a la furgoneta nueva que el quería
comprar, idónea para el reparto de electrodomésticos, a la que mi madre se
opuso rotundamente amenazando con echarlo de casa si aparecía allí con una furgoneta.
—¡Que poco glamur! —decía
—lo que necesitamos es un coche acorde a nuestra condición,
como el de Lina y Roberto.
Por tanto, acabamos adquiriendo como coche familiar, un BMW
de tercera mano, que había sido del hermano del cuñado de mamá, que por
supuesto, por ser nosotros, nos había hecho el favor de dejar "casi
regalado". Se caía a cachos, no tenía aire acondicionado, y el cuero de la
tapicería se acababa pegando a la piel con tanto cariño, que al separarte,
dolía. Pero por fuera, con una capa de pintura, lo dejaron brillante, que es de
lo que se trataba.
—Regi cariño, lo mismo el niño lleva razón, llevamos dos
horas de viaje y aún no ha amanecido.
—Mucho mejor, así llegaremos antes y podremos tener mejor
sitio, tú lo que tienes que hacer es pisarle a este trasto, que desde que lo
tienes se está volviendo perezoso. Con lo que corría Mario con él.
El comentario no gustó a mi padre, que pisó a fondo el pedal
y puso el cacharro tan deprisa que los campos de la Mancha me parecían uno
solo.
Mi siguiente recuerdo es el de estar boca abajo y alguien gritándonos.
—¡Ay el payo! , que ha
venío a volcar en los melones, y nos ha hecho polvo la mitad del sembrao, mal
encuentro tenga.
Mi madre indignada con semejante escena, aturdida y muy
digna, limpiándose la cara de estiércol que utilizan como abono, también
gritaba.
—¡Por Dios, Antonio, sácanos de aquí ahora mismo!
Mi padre, de carácter afable y conciliador como era, trataba
de que el gitano nos acercase al primer pueblo con taller, para traer una grúa.
Este a regañadientes, y tras verse sobornado por mi padre,
que no quería seguir aguantando a mi madre, se ofreció a llevarnos en su furgoneta,
previo paso por las aldeas donde a viva voz iba anunciando:
—¡Vamos nenas! Al rico
melón, a raja y a cata, el que cata repite, si el bolsillo se lo permite.
Imagínense ustedes la cara de mi madre al verse expuesta a
tal esperpento en primera plana, como expositor en la furgoneta y con semejante
reclamo.
Ha sido la foto más comentada en Instagram, y con más likes
de Facebook. Mis padres estuvieron sin hablarse una temporada, más o menos la
misma que yo riéndome cada vez que me acordaba del panorama. Y ahora mi madre
es conocida en la urba como "La Regi", así, con g española
y profunda.
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