miércoles, 26 de junio de 2013

Gente Tóxica


En este nuevo post quiero hacer una reflexión en alto, quiero compartir con vosotros un hecho curioso del que todos o casi todos somos conscientes pero nunca nos hemos detenido a observarlo.



Quiero hablar de la gente toxica, ¿Que se entiende por gente toxica? Yo entiendo por gente toxica aquellas personas que nos intoxican con sus dosis de odio, celos, envidias, arrogancia, chantaje emocional,... son personas cercanas a nosotros, personas de las que sin darnos cuenta acaban influyendo de alguna forma u otra en nuestro carácter, en nuestra forma de comportarnos...
Todos tenemos ejemplos de personas toxicas, personas que pueden hacernos cambiar de humor solo por su forma de ser, es difícil darse cuenta de esto, incluso es difícil saber si uno mismo es una persona toxica, ya que a simple vista todos parecemos felices con la vida que llevamos..
 

 Este término se puso de moda tras la publicación del libro de Bernardo de Stamateas (Lectura que recomiendo), donde se identifican los diferentes perfiles de gente toxica, así como algunos consejos para intentar evitarlos:



Os dejo un breve resumen de los diferentes tipos de gente tóxica, por si podéis reconocer a alguien entre ellos:
El sociópata
El más peligroso de los seres tóxicos. De entrada cae excelentemente, regalándonos el oído, pero miente sin pestañear para conseguir lo que quiere.
Carece de escrúpulos, es incapaz de asumir responsabilidades, y los sentimientos y derechos de los demás no le interesan lo más mínimo.
Ni el sentido común: si le conviene, no duda en contradecirse. Su palabra favorita es 'yo'; es engreído y se jacta de todo.
¿El mejor modo de reconocerlo? Mire bien su rostro; no mueve un músculo, no expresa emociones.
Y es que no las siente en absoluto
El mediocre
La desidia y el pasotismo son muy contagiosos. Pese a que no suelen hacer daño más que a ellos mismos, los mediocres pueden envenenar también a las personas más abiertas y vitales si logran convencerlas para ver la vida desde su punto de vista.
Su toxicidad puede lograr incluso que uno acabe yendo a trabajar cada vez más desmotivado, en una burbuja de depresión.
¿La solución? Recordar siempre que la elección de nuestros compañeros de ruta depende solo de nosotros.
El arrogante o presuntuoso
Soberbios, vanidosos y pedantes, los tóxicos de esta especie están convencidos de estar siempre en lo cierto y de tomar, sin margen de error, las mejores decisiones. Si no ganan, empatan. ¿Perder? Jamás. Siempre tienen preparada una respuesta, sobre cualquier tema, hasta el punto de memorizar grandes frases para soltarlas en el momento adecuado y parecer mejores que los demás. Desde luego, reciben las opiniones ajenas con suficiencia.
«¿Estás realmente seguro?» es su frase típica. Déspotas intelectuales, aman pontificar, y cualquier medio es bueno para mantener viva la atención de los otros, porque que nadie lo dude solo sus opiniones importan. Si les toca escuchar, suspiran, hacen gestos, muecas, expresando que también sobre eso tienen una opinión; y, desde luego, mejor. En el trabajo intentan convencer a todos de que son indispensables, pero el creerse perfectos los hace equivocarse con frecuencia. Alentados por su errada autopercepción, se hacen daño ellos solos: un buen grado de autoestima es indispensable, pero tener más de la cuenta los vuelve ciegos ante sus errores. Hasta que un día 'ven', aunque no lo confiesen. Pero suele ser demasiado tarde.
El victimista
Convencido de que el mundo un lugar terrible está en su contra, rezuma negatividad por cada poro, regodeándose con su mala suerte pero sin hacer nada para cambiar las cosas ni su propia situación. Su resentimiento contra todo es tan intenso que contagia con su pesimismo a quien lo escucha.
Aunque lo peor de sus dotes es una enorme habilidad para que los demás nos sintamos culpables de su situación desesperada.
El humillador
Goza rebajando a sus víctimas hasta desequilibrarlas emocionalmente. Encuentra auténtico placer en ello. Finge ser nuestro amigo y querer ayudarnos, pero en verdad solo recaba datos sobre nuestros defectos para dejarnos mal a los ojos de los demás. Jamás se quita la máscara, a menos que alcance una posición de ventaja sobre nosotros. Entonces sí, no duda en llegar incluso al insulto explícito y la humillación directa. A un tóxico de este calibre hay que vigilarlo con atención: sus continuos 'recaditos' pueden crearnos un sentido de inferioridad que nos pondría aún más en sus manos; si logra condicionar nuestra vida con sus actitudes, podríamos llegar incluso a convencernos de que lo hace por nuestro bien.

El envidioso
No le cabe en la cabeza que los demás triunfen por haberse sacrificado o haber trabajado con tesón y talento, y está siempre rumiando sobre lo que los otros tienen y él no. Siembra cizaña en forma de cotilleos llenos de malicia, rumores y críticas infundadas. En su versión más radical, busca
directamente destruir a quienes envidia maltratándolos verbalmente y rebajando todos sus logros ante quienes los valoran. Para él, quien se mantiene en forma yendo al gimnasio no es más que un narcisista con la cabeza hueca; quien asciende, un pelota de los jefes o una ligera de cascos, y así sucesivamente. En el fondo, sin embargo, quien más sufre es precisamente él, que desea ante todo lo que nunca tiene. Y conseguirlo no resuelve
su conflicto.
El agresivo verbal
Su primer objetivo es hacernos sentir débiles e ineptos. Ofensivo e intimidatorio, incluso su cara, cuando se enciende, resulta belicosa, igual que su tono de voz, siempre atronador. Su violencia psíquica puede dejarnos una huella no menor que la de un maltrato físico. Intentar razonar con ellos es perder el tiempo: aunque un día exaltasen nuestra inteligencia, al día siguiente cuando más tranquilos nos encontremos podrían lanzarnos la pulla más brutal. ¿Consuelo? Estos seres tóxicos no saben entablar relaciones duraderas y terminan solas, abandonadas por todos quienes habían entrado en relación con ellos.

El jefe autoritario
Un déspota que goza imponiendo su voluntad y necesita constantemente sentirse legitimado a base de humillar a quienes trabajan para él
Mantienen el control atemorizando e insultando incluso al personal, hasta el punto de convertir en una insoportable carga lo que habría podido ser un proyecto interesante en el que implicarse. A menudo, estas personas autoritarias no se revelan como tales hasta que, por fin, obtienen el ansiado cargo directivo; un momento antes su toxicidad era insospechable. En los casos más extremos odian a quienes consideran inferiores y boicotean a los que destacan: nunca soportarían ser superados por un subordinado. Su afán de control es tal que llegan a inmiscuirse en el tiempo libre de sus empleados. ¿La mejor defensa? La ley, que ya reconoce el delito de 'mobbing'.

El cotilla maldicente
Es un especialista en crear mal rollo en el trabajo sin ningún remordimiento. Sus indiscreciones pueden compro-meter a sus colegas más competentes, y todo sin el menor provecho para él, que se realiza solo con ser escuchado y ver que sus versiones cuelan. Nada ambiciona más que saberlo todo de todos, y si no lo sabe, exagera lo que cree saber o se lo inventa directamente, en lo que es un auténtico talento. ¿Su secreto? Hacer creíbles sus fábulas a partir de una enorme cantidad de detalles conocidos o, en todo caso, coherentes. Nuestra única defensa ante él es mantenernos a distancia y no contarle jamás nada. En cualquier caso, cabe recordar que casi todos participamos alguna vez en la propagación de cotilleos, siquiera para comentarlos. Es útil un poco de autocrítica para no volvernos tóxicos a nuestra vez.
El neurótico
A muchos tóxicos podría calificárselos de 'malos', pero no a los neuróticos, que perjudican tanto a los demás como a sí mismos. Y, aunque pueden causar mal, no suelen tener maldad. Viven poniéndose metas inalcanzables y, si somos sus socios, esperarán lo mismo de nosotros. Su perfeccionismo se convierte casi siempre en manía y quieren controlarlo todo, incluyéndonos, desde luego, hasta el punto de recurrir las veces que hagan falta al chantaje emocional. Pero no son malos; al contrario, quisieran gustar a todo el mundo de un modo casi infantil. Fantasiosos y autosuficientes, no escuchan consejos, pero están más que dispuestos a prodigar su ayuda 'a todos'. Entre ellos, los peores son los supertóxicos castradores, los que nos ayudan solo para poder decirnos alguna vez: «Con todo lo que he hecho por ti, ¿y me lo pagas así?».


Desde este post no quiero volver a decir lo que Stamateas ya nos cuenta en las páginas de su libro, yo voy a apelar al sentido común de cada uno e intentar evitar la toxicidad en nosotros, ¿¿¿COMO??? pues un primer ejercicio que os voy a proponer, es LA SONRISA, algo tan fácil y tan poco utilizado en el día a día.
Hace ya un tiempo, un amigo me comentó que se había dado cuenta que los españoles sonreímos poco o nada, y he estado observando este fenómeno y tiene razón en parte, ya que es cierto que la gran mayoría no sonríe pero hay gente que si sonríe, y analizándolo un poco más me he dado cuenta que el mayor volumen de gente sonriente se concentra en niños y personas mayores, lo que me hace sacar varias conclusiones:
                - Con la inocencia de la niñez conservamos la sonrisa por la inconsciencia de otro tipo de preocupaciones que no es la de VIVIR.
                - Con el paso de los años conservamos la sonrisa precisamente por lo contrario, porque conocemos el resto de preocupaciones, pero sabemos que lo realmente importante es VIVIR.

Y mi pregunta es ¿Tenemos que perder la inocencia, o recibir tantos palos/ desilusiones en esta vida para darnos cuenta de lo realmente importante y establecer unas prioridades adecuadas? Es triste darse cuenta de esto, pero creo que con un poco de esfuerzo, se puede conseguir no caer en un estado de toxicidad alarmante, ni dejarse contagiar por estas "personas toxicas", y para todo aquel que quiera comprobarlo, lo animo a sonreír diariamente, a sonreír al realizar la compra, al entrar en un sitio nuevo, al cruzarnos con alguien que nos mire, a sonreír a los compañeros de trabajo/clase... Y ¡¡comentadme que sucede!!
Lo que también es cierto, es que los extranjeros suelen sonreír más que nosotros, solo hay que observarlos, ¿Son más felices, tienen menos preocupaciones? no lo creo, su única diferencia es el lugar de nacimiento, y creo que esa puede ser la clave, pero aquí necesito vuestras opiniones para poder averiguar el porqué.....

 ¿No os habéis sorprendido algún día estando enfadados sin tener motivo aparente, o estando deprimidos sin tener ningún motivo tampoco? O ¿días en los que nos levantamos contentos y sin embargo, llega alguien que nos cambia el humor para el resto del día?....... ¿Vamos a dejar que este tipo de "personas toxicas" ejerzan tanta influencia sobre nosotros? a partir de ahora cuando os veáis en una situación así, recordad que el control de nuestras emociones lo vamos a tener nosotros mismos, y que con una sonrisa seremos capaces de salir de la espiral de toxicidad para afrontar las cosas desde otra perspectiva….